jueves, 27 de septiembre de 2007

DESDE ITALIA NOS LLEGA UNA NUEVA TEORÍA SOBRE DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA.

Tras finalizar lectura de la delirante Ángeles y demonios de Dan Brown (a la que ya dediqué unas breves palabras hace unos días), un nuevo libro le ha tomado el relevo. Se trata de La ruta prohibida y otros enigmas de la Historia, de Javier Sierra.

Este autor se ha hecho famoso en todo el mundo con La cena secreta, un excelente thriller pseudohistórico que, aunque siguiendo la estela de El código da Vinci, contiene una seriedad y calidad literaria a años luz del best-seller norteamericano... Pero mejor será que vuelva a mi discurso inicial, que ya estoy empezando de nuevo a criticar al señor Brown y esto ya empieza a parecer una cruzada personal contra él.
Pues bien, en el primer capítulo de
La ruta prohibida... Javier Sierra nos cuenta que en la tumba del papa Inocencio VIII, en la basílica de San Pedro, observó una inscripción que dice: "Novis orbis cuo aevo inventi gloria" (cuya traducción, según Sierra, sería "Suya es la gloria del descubrimiento del nuevo mundo") y está fechada en MCDXCIII (1493), cuando el sumo pontífice falleció a mediados del año anterior. Esto le desconcertó y le condujo al periodista italiano Ruggero Marino, quien tiene una, como mínimo, curiosa teoría acerca del descubrimiento de América. Y este es el tema principal de este post.
Según Marino, periodista de
Il tempo, a mediados del verano de 1490, Inocencio VIII (genovés, cuyo verdadero nombre era Giovanni Battista Cybo y fue papa entre 1484 y finales de 1492) estaba preocupado por el avance turco en el Mediterráneo, especialmente desde la toma de Constantinopla en 1453. Incluso se atrevían a realizar incursiones en la mismísima península itálica. Para contrarrestar este empuje, pensó en resucitar la idea de cruzada y reconquistar Tierra Santa (aprovechando la inminencia del Jubileo de 1500). Su idea era dividir la cristiandad, es decir, Europa, en tres grandes ejércitos: el del propio papado, por un lado; un segundo bloque formado por el Sacro Imperio Germánico, Hungría y Polonia en Europa central y oriental; y, la Corona Hispánica de los Reyes Católicos, Francia e Inglaterra, en Occidente. Sin embargo, la inesperada muerte de Matías Corvino, rey de Hungría desde 1458, echó por tierra los planes papales.
No obstante, Inocencio VIII
no cejó en su empeño y continuó con su proyecto. Para ello, era consciente de que necesitaba reunir gran cantidad de oro y plata. Y para tal empresa, siempre según Marino, parece ser que recurrió a un paisano suyo. Un tal Cristoforo Colombo, más conocido por su nombre castellanizado, Cristóbal Colón.
¿Y qué tiene que ver Colón con un papa? ¿No llevaba ya muchos años lejos de Itania y afincado en Portugal? ¿En esas fechas no estaba ya en la corte castellana esperando la aprobación de su proyecto? Pues parece que Marino tiene una explicación. El Descubridor podía haber estado ya en América en 1486 o 1487 y conocer así la existencia de minas de oro y plata en el Nuevo Cont
inente. El por qué y cómo estuvo Colón, presuntamente, en América cinco o seis años antes de la fecha oficial ya lo trataré en otro post más adelante, pues no es el objeto de este escrito y tampoco añade ni resta información a la tesis del periodista italiano. Pues resulta que, además de por poder acceder a gran cantidad de metales preciosos, Colón era el hombre indicado, pues era, siempre -repito- a juicio de Marino, familiar de Inocencio VIII, quizás incluso su hijo natural.
Pruebas presentadas por Marino para afirmar lo anterior:
• por todos es sabido el oscurantismo que rodea a los orígenes de Colón y a su vida anterior a su aparición en Castilla, motivo por el cual se sospecha que tiene antepasados de origen judío o musulmán;
Inocencio
VIII tenía igualmente ascendencia hebrea y familiares musulmanes, coincidiendo sospechosamente(?) con Colón;
• la abundancia de genoveses entre la tripulación del primer viaje a América;
• en esa primera travesía, las velas de las tres naves portaban tres grandes cruces paté, la divisa de los caballeros templarios, de los que, al parecer, Colón se sentía heredero y de los que obtuvo la información sobre el Nuevo Mundo;
• y la primera isla en la que pusieron pie fue bautizada como Cuba, palabra que Marino la hace derivar, no de la lengua indígena de la isla, sino de Cybus, el apellido del pontífice (y que, a su vez deriva de cubus y cubos).
Esta es, en esencia, la teoría en la que Ruggero Marino (en su libro Cristoforo Colombo. L'ultimo dei Templari) consigue aunar, sin despeinarse lo más mínimo, al papado, a los "pérfidos" turcos, a Colón, las cruzadas, a los Reyes Católicos, América y su descubrimiento, a los judíos y a los templarios (que por lo visto sirven tanto para un roto como para un descosido).Para finalizar, si alguien no puede digerir tal lección de Historia de una sentada, puede visitar la página oficial del susodicho periodista italiano, en la que en la página de presentación ya nos anuncia que su libro es "La risposta italiana seria al Codice da Vinci" (¡por lo visto no puedo librarme de Dan Brown ni de sus cuentos chinos!). Toda una declaración de intenciones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Habéis reparado dónde está este buen señor presentando su teoría? Pues mirad bien la segunda fotografía (ampliada) y buscad en el panel.
Este tipo de personajillos sólo tienen audiencia ente tipo de "asociaciones".

Anónimo dijo...

Pues a mi no me parece una teoria para burlarse de ella. Yo creo que la iglesia guarda muchos secretos porque sabe que asi puede controlar mejor a la gente.
Yo personalmente si que veo posible lo que ese hombre cuenta y me da igual donde lo presente pues ademas yo no conozco esa asociacion como dice dorna. Cualquier sitio me parece bueno para dar a concer avances de la ciencia y de la historia porque a veces no puedes hacerlo en los sitios denominados serios y oficiales.

Marcos dijo...

Como decía Eco, los locos tarde o temprano sacan a relucir a los templarios.

Como diría Churchil, nunca tan pocos han hecho tanto (las cruzadas, lo del tataranieto de Jesús que es el Grial, construir las catedrales (en estos casos los llaman compañeros constructores), inventarse el camino de santiago...

Y, digo yo, a este paso lo sorprendente será descubrir que detrás de algo NO hay un templario.