El término inquisición (Inquisitio Haereticae Pravitatis Sanctum Officium) hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía dentro de las distintas confesiones cristianas. Entre ellas, la más conocida es la denominada Inquisición española (1478-1821), ésta no es ni la única ni siquiera la más antigua, únicamente la más conocida y, por qué no decirlo, difamada [no estoy haciendo una defensa de esta institución, sino simplemente aclarando que se le ha atribuido más ferocidad de la que realmente tuvo, que ya fue bastante], pero hubo otras, como la Inquisición portuguesa (1536-1821), la Inquisición romana (1542-1965) y la que es objeto de este artículo, la Inquisición medieval, creada en 1184 para combatir al catarismo.
De todos modos, hay que aclarar que la persecución de cualquier desviación de la ortodoxia es una práctica de la Iglesia desde sus primeros años y, especialmente, desde su consolidación como religión oficial del Imperio Romano. En estos tiempos, la pena habitual por herejía era simplemente la excomunión, considerándose (desde la oficialidad del cristianismo por los emperadores Teodosio y Graciano en el año 380) al hereje como enemigo del Estado. En estos momentos, los castigos físicos eran desaprobados por la Iglesia. Pero todavía estamos muy lejos del nacimiento de la Inquisición.
Para algunos historiadores, los orígenes de la Inquisición se remontan la Córdoba del siglo IX y a una institución califal (llamada mihna) que pretendía controlar cualquier herejía que surgiera en el seno del Islam. Sin embargo, esta teoría actualmente carece de fundamento.
La mayoría de los investigadores adelantan los inicios de la institución hasta el siglo XII, con la aparición de un procedimiento penal inexistente en el Derecho Romano, la inquisitio, que consistía en la posibilidad de realizar una acusación por iniciativa directa de la autoridad, sin necesidad de instancias de parte (es decir, de delaciones o acusaciones por parte de testigos).
La Iglesia desarrolló este instrumento como estrategia de defensa ante la rápida proliferación y difusión de distintas herejías (maniqueísmo, valdismo y, especialmente, el catarismo). Así, la Inquisición medieval fue creada mediante el decreto Ad abolendam (1184) del papa Lucio III (o Luciano III).
A las anteriores disposiciones [...] agregamos el que cualquier arzobispo u obispo, por sí o por su archidiácono o por otras personas honestas e idóneas, una o dos veces al año, inspeccione las parroquias en las que se sospeche que habitan herejes; y allí obligue a tres o más varones de buena fama, o si pareciese necesario a toda la vecindad, a que bajo juramento indiquen al obispo o al archidiácono si conocen allí herejes, o a algunos que celebren reuniones ocultas o se aparten de la vida, las costumbres o el trato común de los fieles.
De este modo, ese mismo año empieza la conocida como Inquisición episcopal, que no dependía de una autoridad central, sino que era administrada por los obispos locales. También es el año de comienzo de una de las prácticas más habituales de la Inquisición: la pena de fuego para castigar a los herejes. Unos años más tarde, en 1199, se añaden nuevas penas (como la confiscación de bienes) y se autoriza la tortura en materia de fe, introduciéndose también varias disposiciones sobre el secreto en las actuaciones (ocultación de testigos...).
Un par de décadas más tarde y a consecuencia de los desmanes cometidos hasta ese momento, en 1231 Gregorio IX transforma el procesamiento inquisitorial en una nueva institución creada en Francia como herramienta de represión del catarismo y controlada directamente por el Sumo Pontífice. Nombrándose además a los primeros inquisidores, como el fraile dominico y excátaro Roberto de Brougre (el primer inquisidor del que se tiene noticias).
Como consecuencia de la implantación del catarismo en el sur de Francia y los valles pirenaicos, será precisamente en esta región donde más apogeo tendrá la Inquisición medieval, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIII y hasta las últimas ejecuciones (entre 1319 y 1321).
Más tarde, con la penetración del catarismo en Italia, la Inquisición se introdujo también en Lombardía y Viterbo (donde en 1273 se llegaron a ejecutar a más de 200 herejes en un día). En el siglo XIV sólo Castilla, los reinos latinos de Oriente, Inglaterra y Escandinavia quedaban libres de la institución, habiendo tribunales en Bohemia, Polonia, Portugal, Bosnia, Alemania y Aragón.
Poco a poco, fue aumentando la burocracia, editándose manuales procesales la correcta práctica inquisitorial, entre los que destacan los de Raimundo Peñafort (siglo XIII), Bernardo Gui (Practice Inquisitionis hæreticae pravitatis, siglo XIV; por si alguien lo ha pensado, sí, es el malo de El nombre de la rosa) y Nicolau Eymerich (Directorium inquisitorum, hacia 1376).
Con el tiempo, también fueron ampliándose las categorías culpables de delito, con lo que de perseguir únicamente a los herejes se pasó a vigilar otros delitos: bigamia, blasfemia y brujería, principalmente, siendo ésta última casi una obsesión desde que en 1438 se descubriera la celebración de aquelarres en los Alpes.
Magnífica recreación de un aquelarre surgida del genio
de Francisco de Goya.
En esta Inquisición primigenia el papel de la monarquía fue mucho más pasivo que en la Inquisición moderna, aunque no faltaron momentos de tensión, como el que tuvo lugar entre la Corona de Aragón y la Inquisición a raíz de la prohibición en el siglo XIV por parte del Santo Oficio de las obras de Arnau de Vilanova o de Ramón Llull.
Y, finalmente, en 1478, los Reyes Católicos, ante la unión dinástica que se consolidaría un año más tarde, crearon en Castilla la Inquisición española. Pero esa ya es otra historia...