lunes, 1 de octubre de 2007

EL BOSCO. TRÍPTICO DEL JUICIO FINAL

Bien, no queda a estas alturas más que un solo misterio por resolver en el quiz. Mientras damos tiempo al personal para que agote sus opciones de descubrir la identidad de la última pintura, prosigo con mi idea de comentar brevemente una a una las obras del concurso; empecé con La Virgen y el Niño de Campin y ahora le toca el turno al Juicio Final de El Bosco en Viena.

Teniendo en cuenta quién es el autor del tríptico, se necesitaría un libro entero para dar cuenta de la iconografía que contiene. Procuraré no extenderme demasiado y hacer alusión sólo a ciertas cuestiones esenciales.

Para empezar, el fragmento que se mostraba en el quiz pertenecía al panel exterior derecho del tríptico, es decir, a una de las dos partes visibles del mismo cuando está cerrado; se trata de una grisalla mostrando a San Bavón, famoso por sus obras de misericordia: es por ello que se le representa rodeado de seres marginales, mendigos y tullidos, de quienes se considera protector.

Su correspondiente pareja en el lado izquierdo es un panel representando, también en grisalla, a Santiago el Mayor. Aparece el apóstol como peregrino, constituyendo el paisaje de fondo un catálogo breve de los peligros que siembran el camino (pillajes, ejecuciones, etc.). En la base de cada panel hay dos escudos vacíos.

El tríptico ha sido generalmente identificado como el que le encargó al artista Felipe el Hermoso, duque de Borgoña. La elección de los santos custodios del tríptico se explica así fácilmente: San Bavón por ser el santo más popular en los Países Bajos (patria natal del duque y futuro rey de Castilla) y Santiago, de vinculación claramente española, por el origen de su esposa Juana de Castilla.

El tríptico abierto representa la Creación de Adán y Eva con el Pecado Original, la Expulsión del Paraíso y la Caída de los Ángeles Rebeldes en el panel izquierdo,

el Juicio Final en el central...

... y el Infierno en el panel derecho.

Podríamos considerarlo como la tercera y última obra de una trilogía cuyo tema sería La Humanidad y el Pecado; las dos primeras partes de dicha trilogía serían, en orden cronológico y temático, el Jardín de las Delicias y el Carro de Heno; la secuencia se leería de la siguiente forma: Origen del Pecado en la Primigenia Edad Dorada, el Edén (… el Jardín de las Delicias), su constante presencia en el contexto humano y social de su época (Carro de Heno) y el desenlace con el exterminio del Pecado y el Premio prometido a los Virtuosos (El Juicio Final). Esta hipótesis se desmoronaría en parte si se confirman los últimos análisis dendrocronológicos que sitúan la fecha de ejecución del Carro de Heno en 1516, años más tarde, por tanto, al Juicio Final que nos ocupa, y no en 1502, como se había creído hasta ahora.

El Bosco ha estado en los últimos años en el ojo del huracán de la historia-ficción-especulación. Se ha llegado a decir de él que su pintura es la genial rebeldía de un hereje y que incluye mensajes esotéricos accesibles sólo a los iniciados en no se sabe muy bien qué tipo de sabiduría mística, primigenia y nebulosa. Se le ha relacionado con prácticas de brujería y con la secta de los adamitas y los Hermanos del Espíritu Libre, se ha vislumbrado símbolos alquímicos en su obra e incluso en uno de los paneles que se conserva en Venecia, con el tema de la Ascensión de los Benditos, se ha afirmado que el túnel luminoso que protagoniza la escena es una visión demasiado similar a la que describen sin vacilar aquellos que dicen haber regresado de la muerte.

Se ha psicoanalizado su arte y se ha dicho que sus visiones son fruto de drogas y todo tipo de sustancias psicotrópicas, en cuyo uso nuestro artista estaría versado. Se ha querido ver en ellas la plasmación de pesadillas, visiones y alucinaciones que atormentaban al autor; se las ha querido identificar como frutos maduros de un subconsciente oscuro, sádico e hiperactivo.

Sin embargo, sus composiciones tienen poco de visionarias (al menos en el sentido antes expuesto) y mucho menos de herejías. Lo cierto es que, mientras la concepción de las obras del artista flamenco y los personajes que habitan en ellas son ciertamente extraordinarios e inusuales, no ocurre lo mismo con su temática, que no tiene nada de herética, desde luego. Más bien al contrario, la denuncia del Pecado y los vicios humanos a través de un prisma antropológico, se realiza siempre conforme a la ortodoxia católica. Y las claves de sus pinturas, aunque se han ido perdiendo en el transcurso del tiempo, no son en su mayor parte tan enigmáticas como algunos pretenden: su inspiración proviene de la tradición popular en gran parte; de ahí la abundancia de detalles escatológicos y la inclusión de todos los estamentos sociales (incluida la Iglesia, por supuesto) conformando un tejido vivo y estimulante.

Generalmente, al igual que ocurre en la Divina Comedia de Dante, los condenados, que en el Panel Central del tríptico que nos ocupa cobran un protagonismo insólito en la época (no olvidemos que se trata de un Juicio Final y la Gloria de los Bienaventurados debería ocupar un lugar más destacado), sufren castigos que se corresponden con los pecados que cometieron. Así, la mujer lujuriosa, desnuda sobre una cama roja, es asediada por una extraña lagartija, un ser mitad orgánico mitad instrumento musical (la música era un equivalente de la lujuria en el acervo cultural medieval) y otros entes indescriptibles sobre el tejado del edificio de la izquierda; en la base de ese mismo edificio, el glotón está siendo obligado a ingerir el líquido que sale a chorro de un barril (la fuente de dicho líquido, de aspecto poco tranquilizador, se vislumbra e través de la ventana enrejada); los culpables del pecado de la ira están siendo torturados por una especie de seres-diablo-herreros en las extrañas construcciones-fragua del fondo; asimismo, el simbolismo de algunos instrumentos recurrentes es relativamente sencillo de descifrar, o bien lo fue por sus contemporáneos (así ocurre con el cuchillo, que alude al miembro viril, con la gaita, símbolo de lascivia o con la rana, alusiva a la crueldad, así como el sapo al demonio, etc.).

Quizá una de las aportaciones clave de El Bosco al imaginario universal es la invención de esa miríada de inquietantes seres híbridos que pueblan las escenas de sus pinturas. Seres mitad humanos mitad animales o mitad orgánicos y mitad inorgánicos que nos atraen por su novedad tanto como nos repugnan precisamente por ese carácter metamórfico y ese mundo monstruoso del que provienen que, aunque irreal, se convierte en una terrorífica posibilidad a través de su arte. Es una especie de teratología basada en la combinatoria, pero diseñada no al azar, sino con claros propósitos metafóricos. El hilemorfismo aristotélico y el arraigo de los monstruos en la cultura popular de la edad media están en el origen de este tipo de invenciones.

Pero también en esto se ciñe a la ortodoxia, ya que lo que hace es plasmar de forma efectiva el ejemplo moral del espejo. Efectivamente, aquello que resta de humano en estos seres indescriptibles consigue que nos veamos reflejados en ellos como en una caricatura que nos muestra nuestra parte mezquina, irracional, nuestra naturaleza más brutal, nuestra alma distorsionada. Tomas de Kempis, en su Imitación de Cristo, libro que gozó en aquella época de inmensa fama, propone a Cristo como espejo en el que mirarse para alcanzar la salvación. Estos monstruos híbridos son el reverso fascinante de ese modelo.

También se ha señalado el posible, lejano antecedente de estos monstruosos seres en las invenciones caricaturescas del pintor helenístico Antifilo de Naucratis (el calumniador de Apeles).

Además, hay que señalar la original y consciente voluntad de estilo que sin duda demuestra El Bosco en su carrera al invertir los términos en los que aparecen tradicionalmente los seres monstruosos, habitualmente en los márgenes de manuscritos y mapas, convirtiéndolos en protagonistas absolutos y centrales de su obra. El resultado, impactante sin duda para sus contemporáneos, le aseguraría una clientela de prestigio.

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, El Bosco ha estimulado la imaginación de muchos escritores a lo largo de la historia con resultados, en ocasiones, demasiado fantásticos. Como ejemplo, menciones a su obra en varios tratados sobre ocultismo y magia negra, como el dedicado por Grillot de Givry a la Brujería, la Magia y la Alquimia, en el que se describe el panel central de nuestro tríptico como un aquelarre multitudinario, complementándolo con una interpretación alquimica…

3 comentarios:

Escotomo dijo...

El Bosco no dejaba de ser un ultra-católico al final de la edad media. La mala interpretación de sus obras (como aquí bién se explica)confundiendola con extasis enteógenos surrealistas satanicos es absurda, o acaso no había demonios en las columnas, gargolas...etc, del románico y del gótico.

Anónimo dijo...

Tienes un facebook?

Anónimo dijo...

muy bonito tirarme 15 min pa na pa na eh eh eh y la perspectiva que de que eh o la forma que me dices eeeeeeeeeeeh.