lunes, 30 de julio de 2007

EL CASO DE SAN PANTALEÓN: MILAGRO? ALQUIMIA?

El pasado 27 de Julio se celebró (por parte de algunos) San Pantaleón. Lo curioso del caso es que parte de la sangre de este Santo, que se conserva en el madrileño Real Monasterio de la Encarnación, experimenta una metamorfosis de modo que durante 48 horas la sustancia, que a lo largo del año se conserva de un color rojo oscuro y seca en la teca, empieza a convertirse, poco a poco, en un líquido de una tonalidad brillante. Estamos hablando, en efecto, del fenómeno de la licuefacción de la sangre, que viene sucediendo, al parecer, cada día 26 de Julio, víspera del martirio del Santo, desde el año 1616, cuando se fundó el Monasterio. Esta sangre fue allí llevada desde Ravello (Italia) y permanece desde la misma fundación del Monasterio, obra de la hija del virrey Juan de Zúñiga, quien la trajo a la Península en 1611.

Pero ¿quién es nuestro protagonista? San Pantaleón fue médico del emperador Galerio Maximiano en Nicomedia. Su padre, Eustorgio, fue un médico pagano, como lo fuera el propio Pantaleón hasta que se convirtió al cristianismo por influencia de Eubula, su madre. Entonces se dedicó a "la curación a través de lo más alto" según extraemos de un antiguo manuscrito del siglo VI que está en el Museo Británico. Fue delatado y condenado a muerte, aunque el propio emperador Galerio intentó que su médico apostatase y salvase así su vida, lo cual el Santo no aceptó.

Según las actas de su martirio, trataron de matarle de seis maneras diferentes; con fuego, con plomo fundido, ahogándole, tirándole a las fieras, torturándole en la rueda y atravesándole una espada. Finalmente, permitió libremente que lo decapitaran y de sus venas salió leche en vez de sangre y el árbol de olivo donde ocurrió el hecho floreció al instante. Moría así, según la Iglesia, Pantaleón a los 29 años de edad.

Volvamos ahora a los hechos milagrosos. Miguel Herrero Esquera, Arzobispo de Santiago de Compostela, capellán mayor y juez ordinario inquisidor, dio orden de que se abriera un juicio a la Sangre de San Pantaleón el 28 de enero de 1724. En esas vistas, que se prolongaron durante 6 largos años, declararon trece testigos: la priora del convento de la Encarnación, Sor Agustina de Santa Teresa; el Obispo de Cuenca, Juan de Alancastre; el calificador de la Santa Inquisición, Agustín de Castejón y los doctores de la corte real, Fernando Montesinos y Juan Tornay, quienes acudieron cada 27 de julio durante siete años consecutivos para dar fe del milagro, como hicieron constar en un manuscrito que se guarda celosamente en el Real Convento de la Encarnación. El documento titulado Información Sobre La Licuación De La Sangre Del Glorioso Mártir San Pantaleón y datado el 30 de agosto de 1729 confirmó ante el notario Vicente Castro–Verde y el juez comisionado Álvaro de Mendoza la realidad del fenómeno:

“Su señoría señor juez declara y confiesa haberla visto líquida y fluida dicho día de San Pantaleón, veintisiete de julio, y después de su festividad condensada y dura, todo repetidas veces en el tiempo de diez años. Y conformándose con el parecer de los expresados teólogos, canonistas y médicos lo tienen y veneran por prodigio y maravilla, alabando a dios Nuestro Señor por las obras sus santos”.

Cabe destacar que desde el plano científico muchos han sido quienes han tratado de hallar una explicación razonable.

Uno de los primeros, Jordán Peña, recurrió al Gran Diccionario Universal Pierce Laurosse, que ya en el siglo XIX, exponía una posible solución al enigma mostrando los elementos necesarios para reproducir el fenómeno. Así estableció que “la mezcla se mantenía sólida mientras la temperatura del salón no excediera de 21 grados centígrados. Tan pronto el ambiente se caldeaba, por ejemplo apretando el tubo de ensayo entre los dedos, la sangre pasaba del estado sólido al pastoso para luego convertirse en líquida”. Por desgracia, aunque Peña logró reunir a a un grupo de especialistas como Juan Eslava Girauta, director del departamento de Neumología del Hospital Puerta del Hierro; José María Cebreiro, licenciado en Ciencias Químicas; Eduardo Torroja, miembro del Instituto de Investigaciones Científicas y Ramos Perera, presidente de la Sociedad Española de Parapsicología, no logró obtener los permisos necesarios para estudiar con profundidad la ampolla de sangre del Santo.

Cuatro años más tarde tomó el relevo el periodista y escritor José Maria Ibarrola, quien aportó nuevos datos tras realizar una entrevista en la que un sacerdote jesuita y profesor del Real Colegio Alfonso XII del Escorial, Agustín Fernández, descifraba la formula mágica para desarrollar la metamorfosis. Ambos desarrollaron los pasos que se citaba en un libro de alquimia firmado por
Evonimo Philliatro, seudónimo del médico y naturista alemán Conrad Gesner, en 1511 titulado Tesoro De Los Remedios Secretos.

En el capítulo XXVII se encontraba presuntamente la solución al misterio bajo el título Aceite de Santo:

“Se toman tres libras de sangre pura y roja de hombre bien sano o de varios, entre los veinticinco y treinta años; una libra de esperma de ballena y otro tanto de médula de buey. El aceite, así destilado, crece y crece junto con la Luna. Por lo que se denomina aceite de santo”. Ibarrola y Fernández llevaron a cabo el experimento descrito por el alquimista con total rigurosidad -lo cual es más que meritorio teniendo en cuenta la naturaleza de algunos de sus ingredientes- en el año 1988, pero el desenlace no fue el esperado. Durante tres horas –afirmó Ibarrola– estuvimos observando la pócima que cambiaba de color. Finalmente Agustín extrajo un líquido viscoso que se parecía al chocolate tanto en su color como en su olor”.

En definitiva, habemus misterio. Una vez más nos encontramos ante hechos que les parecerán a algunos claramente milagrosos y a otros, como mínimo, les suscitarán algún tipo de duda. Hablando de dudas, la mía es la siguiente: ¿por qué la Iglesia no ha concedido jamás permiso a ningún científico para analizar el venerado líquido? Doctores -entre otras muuuchas cosas- tiene la Iglesia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué edad tiene Uri Geller? ¿Pudo haber conocido al santo? Eso lo explicaría todo, no haría falta el análisis de sangre.

Anónimo dijo...

Le sugiero a usted, Vesper, que deje en paz a Don Uri Geller. Se lo digo por su bien. Recuerde: Hamosad Lemodi'ín Uletafkidim Meyujadim.

Supongo que me entiende y no es necesario que sea más explícito.

Anónimo dijo...

Gracias por su amable advertencia, Maricomplejines. Pero desconozco el miedo y, además, me ampara la T.I.A.

Quid pro quo: Klaatu barada nikto, y no le digo más...

Anónimo dijo...

Tras leer tu erudita disertación tengo una gran duda. En la actualidad no me parece difícil, pero en el siglo XVI, ¿cómo demonios Conrad Gesner y/o sus colegas conseguían sacarle el esperma a una ballena (macho, evidentemente)para hacer el Aceite de Santo?
Lo único evidente, para un humilde servidor, es que, además de médicos, alquimistas o científicos de pelaje vario, eran unos auténticos sansones.
Si el Comisario Bodelli tiene respuesta, ruego encarecidamente que me la proporcione.

Anónimo dijo...

Leer el mundo blog, bastante bueno